Saber que Rodrigo Rojas -el Pelao Vade- no tiene cáncer, que mintió a todo el país, incluso a sus más cercanos, que fue elegido constituyente afirmándose en una farsa, es difícil de aceptar. Es un daño mayor a la Convención Constitucional, que tenemos que cuidar con absoluto rigor, es una bofetada a quienes votaron por él, a los que le admiraron durante las protestas, a los enfermos que se identificaron con su tragedia, y es también un golpe para quienes aprendimos a quererlo en su actuar como constituyente.
La Convención debe ser un modelo del país que queremos construir, mostrar desde ya el cambio de rumbo que queremos para el futuro. Un ejemplo de una nueva forma de convivir y hacer política. Esto está íntimamente ligado a una conducta pública basada en la ética, la justicia social y la democracia. A todo esto le falló Rodrigo Rojas. Su engaño es políticamente imperdonable, es un atentado a la fe pública que no puede justificarse.
El proceso constitucional no puede fracasar. Es el camino que eligió el país para superar la profunda crisis política y social que estalló el 18-O. No cabe duda de que la mentira de Rodrigo Rojas lesiona gravemente el prestigio de la Convención en un contexto en que prácticamente todas las instituciones perdieron su valor y son juzgadas con recelo, en un país en el cual la trampa y la corrupción aparecen a vuelta de la esquina. La Convención debe ser un modelo del país que queremos construir, mostrar desde ya el cambio de rumbo que queremos para el futuro. Un ejemplo de una nueva forma de convivir y hacer política. Esto está íntimamente ligado a una conducta pública basada en la ética, la justicia social y la democracia. A todo esto le falló Rodrigo Rojas. Su engaño es políticamente imperdonable, es un atentado a la fe pública que no puede justificarse.
Sin duda, no puede mantenerse como Vicepresidente de la Mesa ampliada de la Convención. Su renuncia era el único camino posible.
Al mismo tiempo, esta situación tiene una dimensión humana que tampoco podemos soslayar.
La columna vertebral de la nueva Constitución debiera ser el respeto absoluto a los Derechos Humanos. Y en esta perspectiva, Rodrigo Rojas necesita apoyo humanitario. Ha dicho que padece de un mal cuyo nombre le resulta imposible de expresar, incluso después de estallado el escándalo. Una persona que elabora una mentira tan llena de detalles y la mantiene durante años, ante su familia, su pareja, sus amigos, ante miles de pacientes de cáncer que lo admiraban y ante todo un país, sufre de una innegable fragilidad mental. Su padecimiento no lo salva, ni lo absuelve, porque afecta a toda la sociedad, traspasando los límites éticos por los que clama nuestra convivencia. Sin embargo, tampoco se le puede condenar de por vida. Rodrigo Rojas Vade necesita ayuda urgente, más allá de todo el daño causado.
Quienes aprendimos a conocerlo, apreciar su trabajo como constituyente y a quererlo como persona, estamos choqueados, impactados emocionalmente. Pero esto no nos impide dimensionar la gravedad de lo ocurrido. Hemos criticado, una y otra vez, que lo errores y horrores que ocurren en el país se repudian o justifican, dependiendo del sector que los comete. La Convención Constitucional está trabajando para elevar nuestros propios estándares de transparencia y ética, y ésta no puede ser una excepción.
La crisis que vive Chile sigue aquí. Sólo vamos a superarla en conjunto sin populismos vulgares, sin mentiras ni discursos morales y puritanos que, más temprano que tarde, se caen como castillo de naipes.
El caso de Rodrigo Rojas Vade no puede olvidarse en un par de semanas, debe ser un incentivo a tantos “nunca más” que requiere nuestra sociedad enferma.